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La historia de Fabi

A sus 3 años Fabi quería ser piloto, le robaba los avioncitos y los G.I. Joe a su hermano, que vivía persiguiéndola y vaciando las maletas de Barbies para rescatar sus valiosos jugetes del mundo rosa de las niñas.

A sus 5 años Fabi quería sólo ser súper héroe, militar, por supuesto. En la tele todos los pilotos eran hombres, grandes, musculosos, con voz gruesa y cabello perfecto; las mujeres que aparecían en cabina eran una preciosura que llevaba el café, así que eso de ser piloto se quedó con los avioncitos de juguete de Marcelo.

A los 10 años amaba el fútbol, correr en la cancha, driblar, poner toda la fuerza en la punta de sus dedos y colocar el balón en la esquina de cualquier portería, sobretodo porque los varones se molestaban y se burlaban del arquero porque una niña le había hecho un golazo. La idea de ser militar se desvaneció la primera vez que le dijeron marimacha. Policía, quizás policía.

Los 15 fueron duros pero la sonrisa de Fabi se reestableció después de año y medio de terapia que la ayudaron a acabar con su bulimia. Después de todo, el sueño de ser policía le mantuvo los nervios atentos y los reflejos afilados… En dos años terminaba el colegio y presentaba las pruebas, así que todo era posible. Sí, podía ser policía.

El cambio de colegio le hizo bien a pesar de que eran los últimos dos años. Se libró de las burlas, de su historia, de los apodos, y conoció a Francisco, la viva imagen del piloto. Uff, ¡y qué piloto! Sus 17 se llamaron Francisco y tuvieron amor por apellido. Esos meses fueron una pelea entre helados, ejercicio, cine, tareas, besos, estudio… la academia estaba cada vez más cerca. Tenía que aprovechar el tiempo.

Una tarde de cine, paseando con Francisco, decidieron simplemente no comprar las entradas, quizás fue porque el sol estaba en su punto precioso de las cinco y media de la tarde, porque empezaba a hacer el clima perfecto para amapucharse, o porque el estrés se le salía a Fabi por los poros: en tres días era su examen.

Ese día los helados venían mezclados con esa droga extraña que embriaga al que realmente se enamora, no del cuerpo ni del estar, sino del ser. Fue inevitable que la conversa se pusiera intensa después de que Fabi confesó “no puedo creer que al fin disfruto comer sin sentirme culpable”. El comentario, aunque dicho con una sonrisa, trajo todas las preguntas que Fran nunca había hecho, y empezó a destejer una madeja de traumas, miedos y recuerdos que le removieron a Fabi hasta los pelos del intestino, retomando viejas sinapsis de sus neuronas. Reconectó todo. Los aviones, el fútbol, vómito, militares, burlas, goles, piscólogos, uniformes, policías, disciplina.

Verse frente al espejo el día de la prueba fue retador. Disciplina. Una vida de disciplina. Puso toda la materia gris y la habilidad física en la prueba. Saltó como Spiderman, corrió como flash, respondió como Banner sacando cuentas y resolviendo problemas de lógica. Todo bien, todo maravilloso, la sonrisa amplia, pero esos pelos del intestino que despertaron en la heladería, no se dormían.

Pasaron las tres semanas más largas de su vida y Fabi se sorprendió cuando su ingreso a la academia de policía, tan ansiado, no le causó ninguna alegría. Ella cuenta que todo lo que vino después fue una difícil tarea de explicarle a su pequeño mundo que no, que ya no quería ser policía. La verdad es que yo se lo agradeceré toda mi vida, Fabi me salvó de la bulimia, su consultorio fue el único que no me dio miedo entre todos los psicólogos… gracias al universo su felicidad es ser hoy quien ella misma necesitó cuando era niña.


Fabi es un personaje ficticio, este texto es una entrega para el taller de Activismo Creativo que hice en junio de 2020. Me gustó mucho el resultado de este ejercicio de storytelling y por los comentarios del profesor quería compartirla con más personas. El parámetro era escribir máximo dos páginas de la historia de una mujer que siempre había querido algo, pero al final consiguió lo que necesitaba.

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