¿Cuál es el regalo más grande que te han dado en tu vida? El mío: la Fe. Teológicamente me la regaló el mismo Dios, pero terrenalmente lo hicieron mis padres, y luego la constante búsqueda personal del amor y la verdad, las noches de preparación de catequesis de confirmación, los años como catequista, las lágrimas inesperadas de los jóvenes al recibir en su corazón la buena noticia… y ahora mis hijos, que cada día me recuerdan cómo hay que ser para entrar en el Reino de los Cielos.
Hoy gran parte del mundo cristiano celebra la Nochebuena, la vigilia del nacimiento del niño Dios, que se acurruca luego en un pesebre, envuelto en pañales, con la fragilidad humana, la ternura en las mejillas, la humildad en su ser y estar en esa pequeñísima ciudad al sur de Jerusalén.
Ahora, más de 2000 años después, imagino a un bebé mirándome con sus ojos grandes y curiosos, con sus deditos enrollados y sus piernas flexionadas, con esa piel que le dice hola al mundo y ese olor a vida inigualable. Ese bebé también te mira a ti. Ese bebé me conoce desde siempre, me ve en el alma y con ternura me repite: aquí estoy, Yo Soy.
En el proceso de migración en el que estoy, he tenido la maravillosa fortuna de reencontrarme de nuevas formas y de maneras profundas con Jesús, con ese Dios con nosotros, el Emmanuel prometido al pueblo de Dios. Mi Adviento empezó hace meses con el llanto desgarrador por los vacíos propios de dejarlo todo atrás, de extrañar los brazos que conozco y me han conocido toda mi vida, mis espacios, mi parroquia, el templo en el que crecí y me casé, bajo el techo que me acercó tanto a Dios.
Pero es que Jesús también migró, también viajó incluso antes de nacer, y también tuvo que escapar de su tierra. José, María y Jesús también vivieron esto que nos pasa a los migrantes… Ahora te toca a ti y me toca a mí decirle: quédate, habita en mí.
Porque llegó otra vez y tan distinta la Navidad. Creo que la celebración de esta época empieza en cómo la recibimos, para qué fiesta nos preparamos y de qué maneras. Y en esta Nochebuena comparto mi oración: Yo solo quiero, Señor, que mi corazón esté dispuesto siempre a que Tú lo llenes, sólo quiero que mis ojos estén siempre fijos en ti mientras me llamas a caminar sobre las aguas, que la tempestad no me nuble la fe y mantenga los pasos firmes confiando.
Yo no necesito más regalos que Jesús. Y lo tengo. Dios en su infinita misericordia envió a su hijo único a vivir, morir y resucitar por ti y por mí. Es ese el mejor regalo de Navidad, y eso deseo para cada corazón que cree y espera en la Palabra de Dios: que el niño tierno que sonríe y llora desde su cama de paja, sea el Rey de Reyes en tu alma.
Esta Navidad agradezco profundamente a Dios por ser Él quien ha llenado mis vacíos y le pido hoy que se quede aquí siempre, que habite mi alma y me ayude a ser un buen instrumento, porque después de mucho tiempo, es ahora cuando respondo de corazón a este llamado… “Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia”.
Espero que esta Nochebuena nuestra mesa esté llena de generosidad, de gratitud, que la felicidad de compartir la alegría de Dios que vino al mundo como nosotros y por nosotros, sea el verdadero espíritu que ilumine la casa. Tener muchas cosas no vale de nada si no tenemos a Dios, recibir regalos no tiene sentido si no entendemos que Dios nos ofrece el mayor regalo, dar regalos no vale de nada si no valoramos la fortuna de vivir este presente.
Así empieza este camino, estos son mis cinco panes y dos peces, que sea Jesús el que los multiplique, para la Gloria de Dios y para Su Reino, porque ser discípula también significa darles de comer, y estoy dispuesta.
¡Felices fiestas!